Max Cavalera es una de aquellas figuras dentro del metal que uno debe venerar sí o sí. Solamente por su trayectoria con Sepultura (lejanísima en el tiempo, pero muy presente todavía hoy en día) y por sus innumerables colaboraciones y proyectos. Pero sobre todo porque él fue uno de los máximos culpables de que el metal cambiase en los 90 para bien o para mal, eso ya es cuestión de gustos. Es una eminencia, un tótem (mira tú…), y hace años que lo sabe y saca rédito de ello para seguir ahí, en primera línea, ya sea con sus Soulfly, con Cavalera Conspiracy, Killer Be Killed, o con cualquier otra banda.
Dicho esto, ¿qué podemos esperar del duodécimo álbum de estudio de Soulfly? Pues de entrada que han salido perdiendo con la salida de Marc Rizzo y su guitarra. La banda ha pasado a ser un trío en el que ahora sólo lucen las seis cuerdas de Max, y eso se nota.
El álbum tiene una arrancada prometedora con ‘Superstition’, ‘Scouring The Vile’ (Gracias a la aportación vocal del gran John Tardy) y ‘Filth Upon Filth’, tres buenos temas que aportan mucho y que te hacen encarar el trabajo con ganas. Pero después la cosa va decayendo en una monotonía tediosa y repetida mil veces que ya no es capaz de terminar de subir el tono. ‘Totem’, ‘Ancestors’ o ‘The Damage Done’ suenan a más de lo mismo, Max. Ojo, no dudo que a alguien que se acerque por primera vez al grupo pueda flipar un poco con ‘Rot In Pain’, pero sinceramente a muchos eso ya no nos parece suficiente.
Max Cavalera sigue en su zona de confort con Soulfly, ese sería el resumen. Y cuidado, que no pasa nada. Hay muchas bandas o solistas que llevan años estancados y sonando como siempre sin perder su esencia. Lo que pasa con Soulfly es que, quitando algunos buenos momentos como Prophecy o Ritual, hace mucho tiempo que me parecen algo vacío y sin sustancia. Y tampoco Totem ayuda a cambiar esa sensación. Veremos si a la próxima, Max.
KARLES SASTRE