Se confirman los malos presagios que auguramos con El Despertar De La Fuerza. J.J. Abrams consigue unas nuevas marcas de desprestigio con con Star Wars: El Ascenso De Skywalker, un antes y un después en la épica de la monotonía y el cénit del adoctrinamiento.
Si con Los Últimos Jedi asistimos perplejos (y encantados) a una nueva forma de contar la misma vieja historia de siempre, tomando riesgos, creando planos para la eternidad y añadiendo un sentido del humor inédito en la franquicia (hace tiempo que Star Wars no merece otro calificativo), sus responsables vuelven a recurrir al otrora visionario, ahora mercenario al servicio del fandom más tóxico.
Este nuevo y (esperemos) último episodio aburre más que ofende, que también, porque en realidad es una película que está tan muerta por dentro que hace que El Despertar De La Fuerza se sienta como la fiesta del siglo. Aquella no tenía alma, pero algo de pulso aún quedaba.
Este ascenso a ninguna parte es el equivalente a dar un paseo por la polvorienta sección de juguetería del Alcampo donde ibas con tus padres antes del fatídico accidente. Un paseo triste lleno de vieja simbología que ahora despierta en ti el rechazo más absoluto. Y una película bastante mediocre.
Los cambios de ritmo solo se suceden entre personajes, y siempre a un encadenado de situaciones forzadas donde se nota la mano de Chris Terrio, responsable del famoso marthagate de Batman v. Superman: El Amanecer De La Justicia, puesto que toda la trama de este episodio es un constante loop alrededor de la misma situación.
La película de Abrams solo recoge cable y carece de todo eso que predican desde hace 40 años. Curioso que después de haber comprado los derechos sean ellos los vendidos.
Monótona, fofa, espesa, sin emoción ni fuerza, solo se preocupa por mantener a raya a los pecadores y traerlos de vuelta a un redil en el que ya no apetece estar.
Un desperdicio que cierra la trilogía de los desastres evitables de este año junto a los caos de Godzilla: Rey De Los Monstruos y Terminator: Destino Oscuro. Imposible diferenciar qué producto de consumo rápido es digno de un cine o de Disney+.
Déjalos que rían, Johnson.
MIGUEL BAIN