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THE BLACK CROWES – ‘Happiness Bastards’

Un disco con más oficio que magia, pero que no empaña su legado.

No sé a vosotros, pero a mí me tiene sorprendido la diligencia con la que Chris y Rich Robinson están llevando esta nueva etapa de The Black Crowes. La gira de aniversario de Shake Your Money Maker fue todo un éxito y transcurrió sin ningún incidente, y ni un solo pique entre los hermanos, y ahora, apenas un año después de terminarla, ya tienen nuevo disco en la calle.

Con los años hemos aprendido que es mejor no hacerse muchas ilusiones con este tipo de comeback albums porque raramente suelen estar a la altura de lo esperado. Admitamos también que para cualquier banda no es fácil afrontar el reto de reactivar una sociedad creativa después de mucho años de tenerla en barbecho; en su caso 15 desde Before the Frost…Until the Freeze. Si mira demasiado al pasado, puede parecer una copia sin gracia de sí misma; si intenta actualizar su sonido en exceso, su identidad puede desdibujarse y provocar el rechazo de sus fans.

En es sentido, los Robinson han tirado por el camino del medio, la opción menos arriesgada, pero quizás la más cabal. Me imagino que inspirados por la buena acogida de la gira de reunión, en la que interpretaban su debut entero noche tras noche, los Crowes han hecho un disco de canciones concisas y directas, olvidándose por completo de su faceta más jam. En sus 38 minutos no nos descubren nada nuevo, pero tampoco dan ningún paso en falso.

Recurriendo a sus influencias de siempre encontramos temas de corte stoniano como ‘Bedside Manners’ o ‘Rats And Clowns’, el blues rock de Dylan en ‘Bleed It Dry’ o el más country en ‘Kindred Friend’, y también guiños a su propio repertorio: el estribillo de la más groovie ‘Cross Your Fingers’ tiene algo de ‘Black Moon Creeping’ y la melodía de la estrofa del efectivo single ‘Wanting And Waiting’ es clavada a la de ‘Jealous Again’. Entre lo menos destacable está la balada ‘Wilted Rose’ o ‘Dirty Cold Sun’, excesivamente previsibles, pero por contra ‘Flesh Wound’ llama la atención por su efervescencia casi power pop.

Chris canta igual de bien que siempre y Rich saca buen partido a sus riffs y los solos con slide, pero se echa en falta que el resto de la banda tenga algo más de protagonismo, algún momento en el que se dejen ir sin estar pendientes del minutaje, y algo más de calidez en la producción de Jay Joyce, profesional de Nashville que ha trabajado con Eric Church, Zack Brown Band o Carrie Underwood. Por todo ello, Happiness Bastards es un disco con más oficio que magia, pero que no empaña su legado.

JORDI MEYA