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THE BLACK KEYS – ‘Ohio Players’

Que tengan que recurrir a compositores externos resulta cuanto menos “sospechoso”.

Si quedaba algún tipo de rencilla personal entre ellos, Dan Auerbach y Patrick Carney se han empeñado en enterrarla a lo largo del último lustro. Al menos en lo que concierne a su relación dentro de las paredes de un estudio de grabación, The Black Keys parecen estar atravesando una de sus épocas de mayor ebullición creativa.

En los cinco años que han transcurrido desde su “regreso” tras el irregular Turn Blue, hemos tenido hasta tres nuevos discos por parte de la dupla de Akron. Es verdad que títulos como Let’s Rock, el bluesero Delta Kream y Dropout Boogie desfilaron sin excesiva repercusión, pero al dúo no parece preocuparle demasiado.

De momento, la sensación es que su crédito para continuar encabezando festivales es ilimitado, aunque se haya cumplido más de una década desde que pegaran el pelotazo con El Camino. Se les nota cómodos sin la necesidad de tener que replicar otro éxito semejante y van bastante a la suya.

Quizás por eso mismo me cuesta tanto entender un trabajo como Ohio Players. Para empezar, que dos tíos capaces de escribir una pila de temazos tengan que recurrir a compositores externos resulta cuanto menos “sospechoso”, por calificarlo de alguna manera. Echando un vistazo a los créditos de su duodécimo álbum, encontramos que la práctica totalidad de las canciones han pasado (además de las de Auerbach y Carney) por las manos de gente como Beck (quién co-firma la mitad del tracklist), Noel Gallagher o el productor Dan The Automator, entre otros.

Esto no necesariamente tiene por que suponer un factor negativo. Al fin y al cabo, también ocurrió (aunque de forma más comedida, eso sí) en el anterior Dropout Boogie. Pero cuando pinchas el disco y ves que cada uno de los cortes parecen de un padre y una madre distintos, notas que algo falla. Mientras que en obras pretéritas siempre había un hilo conductor, ya fuera a través de el blues, el soul o el rock, en Ohio Players se nos plantea un collage que no acaba de empastar bien del todo.

El principal problema viene de las propias canciones en sí mismas. Esa suerte de pop-rock con patina soul va desfilando en ‘Don’t Let Me Go’, ‘Only Love’, el efectista single ‘Beautiful People (Stay High)’, ‘You’ll Pay’ y ‘Fever Tree’ a base de palmas, vientos y coros facilones que no molestan, pero tampoco dejan poso alguno. Aunque entren a la primera, no demuestran cualidades para permanecer contigo. Entran igual que salen.

Cuando acuden al rock en ‘Please Me (Till I’m Satisfied)’ o ‘Live Til I Die’, remontan ligeramente el vuelo sin ser suficientes para despegar del todo. Eso en el mejor de los casos, porque con ‘Candy And Her Friends’ la mediocridad llama a la puerta. Ya de por si es un corte insustancial, pero es que la irrupción sin previo aviso del rapero Lil Noid no cuela ni con calzador. Lo mismo sucede en ‘Paper Crown’, dónde le prestan las llaves del coche a Beck para que Juicy J acabe estrellándolo con unos fraseados que no vienen a cuento. Vale que ya habían coqueteado previamente con el hip hop en Blakrock, pero estas colaboraciones quedan totalmente fuera de lugar.

Entre lo que merece ser rescatado podríamos citar ‘On The Game’ (un medio tiempo luminoso en cuyo videoclip reaparece Derrick T. Tuggle, el entrañable actor que bailaba desenfadadamente al ritmo de ‘Lonely Boy’), el surf a lo James Bond de ‘Read Em And Weep’ y una versión del ‘I Forgot To Be Your Lover’ de William Bell que no pasa de correcta. Poco más que rascar, la verdad.

Si The Black Keys pretendían crear su obra más variada y ecléctica, no cabe duda de que lo han logrado. Ahora bien, si hablamos en términos cualitativos, no pienso que la jugada les haya salido como esperaban.

GONZALO PUEBLA