En 1974, Mudcrutch, la primera banda de Tom Petty, decidió liarse la manta a la cabeza y dejar su Gainsville natal para dirigirse a Los Angeles en busca de un contrato discográfico. En la ruta de Florida a California, el grupo hizo una parada en Tulsa, Oklahoma, una anécdota recogida en el imprescindible documental Runnin’ Down A Dream, y que despertó la chispa creativa en Wayne Coyne de cara al nuevo disco de sus Flaming Lips.
Como si fuera Tarantino, Coyne imaginó una historia alternativa en la que Petty y sus compañeros conocían a una banda local de Oklahoma, y decidían instalarse una temporada allí y hacer música con ellos mientras descubrían el mundo de las drogas de la mano de sus hermanos mayores. Con esta excelente premisa, The Flaming Lips nos presentan un álbum lleno de nostalgia y baladas empapadas de LSD, recuerdos (reales o no) y bonitas melodías de vapor rosa. La música de los Lips siempre ha ido ligada a las sustancias psicotrópicas (ver sus conciertos empastillado es una experiencia única), sin embargo aquí parece que les haya bastado con evocar las sensaciones sin necesidad de ingerirlas. Y quizá ahí está el problema.
Pese a contener canciones preciosas como ‘You N Me Sellin’ Weed’, ‘When We Die When We’re High’, ‘God And The Policeman’, un dueto con Kacey Musgraves, o ‘My Religion Is You’, el disco cae en cierta autocomplacencia y falta de dinamismo. La banda sigue teniendo mucho arte para crear una sensación espacial, como si los instrumentos estuvieran flotando a tu alrededor, y juega con efectos sonoros como mugidos, ladridos o sirenas para que la escucha resulte inmersiva, pero me hubiera encantado que hubiesen profundizado más en el concepto inicial incorporando más del rock’n’roll de Mudcrutch para agitar un poco las cosas.
JORDI MEYA