Tal como nos avanzó el batería Ronnie Vannucci Jr. en la entrevista que le hicimos el pasado verano, The Killers iban a aprovechar la imposibilidad de salir de gira para grabar un nuevo álbum. Y así, una semana antes de que se cumpla un año de la salida de Imploding The Mirage, nos llega Pressure Machine. Pero pese a su cercanía temporal, y haberlo trabajado con los mismos productores (Shawn Everett y Jonathan Rado), se trata de dos discos bien distintos.
Mientras su anterior álbum presentaba ese sonido expansivo que les ha convertido en una de las bandas más populares del siglo XXI, este nuevo opta por un carácter mucho más intimista, acorde al haber sido creado durante el confinamiento. Según ha contado Brandon Flowers, estas 11 canciones están inspiradas en personajes y recuerdos de Nephi, la pequeña ciudad de Utah en la que se crio en los 80. Cada una es como una pequeña viñeta, con letras muy descriptivas y literales sobre personas que transitan por la vida soñando con un futuro mejor mientras las drogas, el alcohol o la depresión se lo arrebata. Este tono conceptual del disco se acentúa con testimonios reales de residentes de la ciudad que sirven como introducción a cada tema.
Aunque siempre han tenido un punto Springsteen, musicalmente, sus habituales influencias europeas y ochenteras han dejado paso a una instrumentación más roots con guitarras acústicas, armónica o slide guitar evocando la América rural en temas como ‘West Hills’, ‘Desperate Things’, ‘The Getting By’ o ‘Runaway Horses’, un bonito dueto con Phoebe Bridgers.
Pero la cabra tira al monte, y aunque Pressure Machine se haya vendido como ‘el disco folk de The Killers’, o su propio Nebraska, su ADN les lleva a inyectar más pompa de la necesaria a temas como ‘Quiet Town’, ‘In The Car Outside’ o ‘In Another Life’. Sus fans puede que hasta agradezcan ese contrapunto más pop, pero también provoca que reste crudeza a las historias que quieren contar. Por eso el séptimo disco de la banda es fácil que guste, pero más difícil que conmueva.
MARC LÓPEZ