Ahora que han pasado tres meses desde la salida del álbum debut de The Last Dinner Party y con el soufflé ya de baja, es un buen momento para mirar con perspectiva si había para tanto o no.
Es un signo de los tiempos que los hypes vayan a la velocidad de la luz y que haya bandas, como es su caso o el de Wet Leg hace un par de años, que consigan un contrato sin tener grabada ni una sola canción. Pero algo debería tener este quinteto de Londres, más de allá de una llamativa imagen, para que una compañía como Island se fijara en ellas cuando todavía lo tenían todo por demostrar.
La respuesta a todo ello debería estar en Prelude To Ecstasy que, para seguir alimentando el fenómeno, entró en el número uno de las listas británicas sin pestañear. Ese minuto y medio instrumental con el que empieza y da título al álbum, con orquestación y grandilocuencia, es una pequeña metáfora de lo que son The Last Dinner Party. Un apetecible manojo de buenas intenciones, pero algo por encima de sus posibilidades actuales. Su ambición musical no acaba de casar con su habilidad para materializarla.
La dispersión es el gran enemigo del álbum. Da la impresión de que la banda quiere demostrar su solvencia en toda clase de temas, pero en más de un momento se quedan a medio camino, como en ‘Caesar On A TV Screen’, ‘My Lady Of Mercy’, que podría ser parte de una ópera rock de segunda categoría, o la pomposa ‘Mirror’, el tema que cierra el álbum. Pero ojo, que de bueno también hay mucho. La banda se desenvuelve a la perfección en los temas más simples y pop como ‘Burn Alive’ o ‘Nothing Matters’, creando melodías que te seducen con facilidad, y muestran que en esas influencias glam vía Sparks o Roxy Music que se dejan ver en ‘Sinner’ hay un interesante camino a explorar.
El trabajo vocal, tanto de Abigail Morris como de los coros omnipresentes de sus compañeras a lo largo del álbum, es otro de sus puntos fuertes y demuestran que The Last Dinner Party tienen unas cuantas virtudes a su favor. A poco que sean solventes en directo y se centren un poco más en su dirección, podrán justificar todas esas expectaciones que se han creado en torno a ellas.
RICHARD ROYUELA