Como era de esperar de dos personajes como Omar Rodriguez-Lopez y Cedric Bixler-Zavala, su primer disco en una década firmado como The Mars Volta no responde a lo que ninguno de sus fans hubiésemos imaginado.
Es algo que se advierte incluso antes de escuchar ni una sola nota, simplemente viendo la duración de sus temas. Si en el pasado era habitual en sus discos encontrarse con piezas de siete, ocho y hasta doce minutos, aquí solo hay un par que sobrepasen los cuatro, y por pocos segundos. Es una realidad objetiva que cuadra con sus intenciones de hacer un disco de pop. «Era lo más radical que podíamos hacer», han comentado en alguna de las pocas entrevistas que han dado hasta ahora. Y de algún modo es cierto, aunque, de nuevo, viniendo de ellos, su concepto de pop no es el que tienen la mayoría de humanos.
La idea, en realidad, tampoco es nueva. Grandes grupos progresivos de los 70 como Yes, Genesis o Rush viraron hacia el pop en los 80, pero fueron hasta el fondo y consiguieron colar hits en el mainstream, algo a lo que claramente no aspiran The Mars Volta.
Su séptimo disco es el más melódico, conciso y accesible que han hecho, sí, sin ni una de esas orgías instrumentales que les caracterizaban, pero está lejos de que alguien pueda calificarlo como comercial pues está untado de ese toque raruno que les sale sin querer. Temas como ‘Blacklight Shine’, ‘Graveyard Love’, ‘Vigil’ (una balada que me encantaría escuchar interpretada por Adele) o la sabrosona ‘Que Dios Te Maldiga Mi Corazón’ tienen gancho, pero el resto exigen más del oyente de lo que muchos estén dispuestos a darles.
De entrada, la aguda voz de Cedric dista mucho de ser una que pueda enamorar a las masas, y si uno se fija en la parte instrumental, desde los ritmos a los arreglos, tampoco son convencionales, rozando el jazz (‘Equus 3’), la electrónica de los Radiohead de Kid A (‘Collapsible Shoulders’), o una mezcla de los dos (‘Flash Burns From Flashbacks’). Además, en algunas ocasiones, como en la bonita ‘Tourmaline’, usan efectos como ralentizar o distorsionar algunas frecuencias para que suene como si te estuviese llegando desde una dimensión paralela.
Si a todo eso le añadimos, una mayor presencia de sus influencias latinas, tenemos como resultado un disco, sin duda, interesante, en el que hay bastante que rascar, pero no de disfrute instantáneo. Algo así como el hermano freaky de Unlimited Love de Red Hot Chili Peppers. Seguro a que John Frusciante le encanta.
JORDI MEYA