Seamos sinceros, a menudo es más divertido escribir una crítica mala que una buena. Hay un cierto placer en ‘vengarse’ de un artista que te ha hecho perder el tiempo con una obra insustancial, o incluso más cuando esa escucha se ha convertido en una verdadera tortura.
Si Aghori Mhori Mei fuera el primer disco malo de The Smashing Pumpkins en lo que llevamos de siglo XXI, es posible que ahora mismo estuviera disfrutando escribiendo estas líneas… El problema es que no tienen uno bueno, y sinceramente ya empieza a resultar aburrido hacer recuento de los errores en los que Billy Corgan y sus secuaces van repitiendo una y otra vez. Para ser justos, algunos parecen haberse corregido -sobre todo el no utilizar a Jimmy Chamberlin como una mera caja de ritmos-, pero cualquiera que espere una vuelta en plena forma se sentirá decepcionado una vez más.
Tampoco ayuda que Corgan creara falsas expectativas cuando hace dos semanas se anunció por sorpresa el lanzamiento del disco, proclamando que su enfoque era ver si «nuestra manera de hacer música en el periodo 1990-1996 podía inspirar algo revelador». Dudo que nadie le diese demasiada credibilidad, pero ya cansa que intente utilizar como gancho su época más gloriosa cada vez que saca algo nuevo para generar algo de atención. Después del batacazo del triple Atum: A Rock Opera in Three Acts suena más a desesperación que a otra cosa.
Cierto, hay algo de espíritu grunge en el riff de ‘Edin’, con un algo del ‘Even Flow’ de Pearl Jam, o en el de ‘Sighommi’, y ‘Pentecost’ busca una grandeza orquestal parecida a la de ‘Tonight, Tonight’, quedándose muy lejos, claro. Como si estuviera atrapado entre un pasado que no volverá y un futuro que a nadie interesa, Corgan aparece incapaz de articular un discurso que resulte interesante. Hay pequeños destellos como el inicio de ‘War Dreams Of Itself’ a lo ‘Painkiller’ de Judas Priest o el medio tiempo ‘Goeth The Fall’, que recuerda a Zwan, pero el problema principal, más allá de que las composiciones sean tirando a flojas (‘Who Goes There’, una balada pop que suena como un intento desesperado de sonar en la radio), es la voz de Corgan, irritantemente aguda, sin cuerpo y seca, y la poca vida que transmite la banda cuando toca. Es como si los hubiesen encerrado en un cubo forrado de moqueta donde cualquier sonido es absorbido quitándole cualquier atisbo de excitación. Con la cantidad de grupos que los tienen como una referencia, y estando el shoegaze en pleno apogeo, es incomprensible que los Pumpkins no sepan canalizar este clima en favor suyo.
Entiendo que si has llegado hasta aquí, no te deben quedar muchas ganas de pegarle una escucha, pero es lo que hay. The Smashing Pumpkins seguirán siendo un reclamo en directo mientras quede gente que quiera escuchar sus temazos de siempre, pero da pena pensar que, después de tantas idas y venidas, se hayan quedado simplemente en eso.
JORDI MEYA