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THE WALLFLOWERS – ‘Exit Wounds’

Rock americano, agradable al oído, muy bien ejecutado, pero poco atrevido.

Han tardado nueve años en sacarlo, pero podrían haber sido tres o quince, porque el nuevo disco de The Wallflowers suena exactamente en la línea de lo que podíamos esperar: rock americano, agradable al oído, muy bien ejecutado, pero poco atrevido.

Siguiendo el patrón trazado a lo largo de su carrera, aunque sea el séptimo disco que aparece bajo el nombre del grupo, The Wallflowers sigue siendo el proyecto de Jakob Dylan (para los despistados, el hijo de Bob), así que, de nuevo, los músicos que le rodean en esta ocasión son distintos a los del anterior Glad All Over. También aparece en los créditos un nuevo productor, ni más ni menos que Butch Walker, quien a pesar de ser conocido por sus trabajos con Green Day o Weezer, hay que recordar que también lo ha hecho con Ryan Adams.

Y no será si será por su influencia, o por lo que aprendió Jakob haciendo el muy recomendable disco y documental Echo In The Canyon -dedicado a la escena de Laurel Canyon en los 60-, pero Exit Wounds está por encima de la media de sus anteriores trabajos. Como decía al principio, novedades, pocas, pero hay que reconocer que el tipo sabe escribir buenas canciones y adornarlas con arreglos hechos con gusto. Se nota que donde se encuentra más cómodo es entre los medios tiempos y las baladas, en las que su cadencia grave y calmada (que recuerda mucho más a la de Mark Knopfler que a la de su padre) encaja perfectamente.

Ahí están ‘Maybe Your Heart’s Not In It No More’ (con la colaboración de Shelby Lynne), ‘I’ll Let You Down (But Will Not Give You Up)’, o la bluesy ‘Wrong End Of The Spear’ para demostrarlo. Si bien la única vez que se desmelena un poco (no demasiado) en de ‘Who’s That Man Walkin’ Round My Garden’ no le sale nada mal. No falta tampoco el toque del Sprinsgteen AOR en ‘The Dive Bar In My Heart’ o ‘Roots And Wings’, un tema que en los 90 podría funcionado en la radio al lado de Counting Crows o Matchbox Twenty.

Después de 30 años de carrera está claro que el apellido Dylan no será recordardo por él, pero quizá sí merezca, por méritos propios, al menos, un buena mención a pie de página.

JORDI MEYA