Desconozco si debería considerarlo como un guilty pleasure (tampoco es que me preocupe), pero desde la primera toma de contacto que tuve con The Wild Feathers se convirtieron en una banda fetiche para un servidor. De ésas que, a pesar de que caminan sobre una delgada cuerda que separa el americana y postulados más mainstream, sabes que, como los buenos funambulistas, son capaces de llegar a la meta con éxito. Hubo voces disconformes con su segundo largo, Lonely Is A Lifetime, por tener un tratamiento más pop rock, pero lo que era innegable es que las canciones seguían ahí.
Al fin y al cabo tampoco había tanta diferencia ni en el fondo ni en la forma respecto a su debut, pero por si acaso el grupo que capitanean Ricky Young, Taylor Burns y Joel King ha optado por volver a calzarse las botas y el sombrero de cowboy. En una primera escucha podemos intuir que ‘Big Sky’ y ‘Wildfire’ se deben de haber escrito tras pasar una buena temporada escuchando a la Creedence y los Eagles, al igual que en la balada ‘Two Broken Hearts’.
También seguimos detectando que la influencia de Tom Petty sigue siendo una referencia dentro su vocabulario en ‘Quittin’ Time’ (otro single certero que apuntar en su cuenta), ‘No Man’s Land’, que es de lo mejor del álbum, o una ‘Golden Days’ en la que sacan a relucir esas armonías a tres voces. Una pena que siendo un trabajo tan corto flojee en la recta final a pesar de que ‘Daybreaker (Into The Great Unknown)’ remonte un poco con un tratamiento más moderno. No será el mejor disco que hemos escuchado este verano, pero se disfruta como el que más.
GONZALO PUEBLA