De las pocas revoluciones que conocí en mi vida fue la del hombre que me metió en el bolsillo un móvil con acceso a internet. Desde ese día dejé de mirar por la ventana del tren para hacerlo a través de una pantalla. También cambié leer el periódico en el bar por simplemente leer titulares en un navegador.
Por ello, cuando ahora se avanza la enésima próxima revuelta musical, me pregunto a mí mismo ¿será el resurgir del underground?
Lo que sí creo con firmeza es que es el momento de reinventar el juego. El ir a un concierto de FIDLAR y ver que el cantante pedía al respetable público hacer un wall of death me hizo ver que los signos distintivos del punk, hardcore y derivados ya eran estandard mainstream. Con todos mis respetos a esa gran banda, no puede ser que un acto (en su día) transgresor y violento sea dictado por un superventas. Algo está fallando.
Hace unos cuantos años, en un viaje a Brasil vi por primera vez el movimiento del ‘perreo’. Era una danza del pueblo. Los que la practicaban se sentían libres y felices. Era la nueva lambada, el nuevo baile prohibido. Y quizá, los jóvenes de hoy en día, así lo perciban, demostrando una vez más que no han dejado de ser rebeldes, sino que simplemente abrazan otros símbolos diferentes a los de mi generación.
Es la hora de volver a asociar a la música ruidosa con lo irrespetuoso y desobediente. Ése es el futuro.