Hace no mucho comentaba que la de Wolfmother me parecía una de las carreras peor gestionadas de las últimas décadas. Pues bien, la de Witchcraft tampoco se queda atrás.
Su líder y cabeza pensante, Magnus Pelander, siempre ha sido un personaje inestable, en contraste con el altísimo nivel que ha demostrado como compositor. Con sus tres primeros álbumes consiguió situarse entre las bandas más alabadas del revival setentero, y tras deshacerse de sus compañeros siguió recogiendo elogios con Legend y Nucleus. En su contra jugó un interés nulo por conceder entrevistas promocionales o salir de gira de manera más regular, impidiendo que su nombre pudiese escalar peldaños hacia ligas mayores.
Para más inri, tras una temporada en la sombra, Pelander reaparece ahora con un disco que dejará descolocado a cualquiera de sus seguidores. Y es que por mucho que Black Metal nos llegue bajo la firma de Witchcraft, aquí no hay ni rastro del ingenioso y abrasador doom con el que nos deleitó en el pasado. Hasta el título parece una especie de broma viendo que en realidad este es un trabajo que sigue la línea de Time, su debut en solitario publicado en 2016. Pero si en aquella aventura nuestro hombre al menos vestía las canciones con algunos arreglos interesantes, esta vez ha optado por lo más básico.
El resultado es nefasto. Un auto-sabotaje en toda regla. Cortes únicamente armados de acordes acústicos propios de un aprendiz que acaba de dar su primera clase de guitarra, alargados inecesariamente y con una producción inexistente, carente de profundidad. Si lo que pretendía trasmitir en ‘Elegantly Expressed Depression’ y ‘Sad People’ era desidia y apatía, desde luego que lo ha conseguido.
No me termino de imaginar la carita que habrán puestos los jefazos de Nuclear Blast al pensar que este artefacto iba a ver la luz a través de su sello tras tantos años de espera. Un movimiento a todas luces incomprensible en una trayectoria hasta ahora repleta de sobresalientes. Si sufren de insomnio aquí tienen la solución.
GONZALO PUEBLA