Es ya legendaria la fama que se ha granjeado la prensa británica como creadores absolutos de hypes efímeros. Podríamos pasarnos tardes enteras rememorando la cantidad de formaciones que con su debut apuntaron a ser the next big thing y al día siguiente se les bajaba del pedestal con la misma inmediatez. Por mucho que algunas consiguieran desarrollar una carrera posterior, la eterna coletilla de «el primer disco era el mejor» siempre quedará ahí.
Wolf Alice bien podrían haber engrosado en esa enorme lista de grupos engullidos por el éxito prematuro con My Love Is Cool. Pero su revalida de 2017, Visions Of A Life, les sirvió para dejar bien claro que ahí había mucho más que una banda con un par de singles resultones. No es solo que su segundo registro fuese superior, sino que les sirvió para subir un par de peldaños en la escalera de la popularidad. Sirva de ejemplo su galardón como mejor álbum del año en los Mercury Prize de 2018.
Hemos tenido que aguardar cuatro años para que los londinenses regresen a la palestra con el siempre importante tercer disco. De nuevo, las cabeceras especializadas parecen haberse puesto de acuerdo en alabar de forma unánime un Blue Weekend al que muchos colocan como su mejor obra. Pero, ¿realmente lo es?
Por supuesto, se trata de una opinión subjetiva, pero si preguntan a un servidor, mi respuesta breve es no. Personalmente, no encuentro ese sonido expansivo del que Visions Of A Life hacía gala, permitiéndoles saltar de una casilla a otra. Del rock visceral de ‘Yuk Foo’ al pop exquisito de ‘Don’t Delete The Kisses’. De la rotundidad shoegaze de ‘Heavenward’ a la ambición de ‘Visions Of A Life’.
Blue Weekend no dispone de esa variedad en el fondo de armario, pero por contra ofrece un vestuario más cohesionado y, sobre todo, maduro. Madurez, esa palabra maldita con la que muchos se atragantan y que Wolf Alice han convertido en virtud para componer su trabajo más elegante.
Ahí es donde asoma la cabeza con la barbilla apuntando a la estratosfera Ellie Roswell entregando algunas de las mejores interpretaciones de su carrera. Adentrándose sin miedo en las melodías de ensueño, caso de highlights como ‘Delicious Things’, ‘Lipstick On The Glass’, ‘Safe From Heartbreak (If You Never Fall In Love)’ o ‘How Can I Make It OK?’, la vocalista se muestra excelsa en cada una de sus intervenciones. En cierto modo, recoge el testigo de heroínas tan dispares como Stevie Nicks, Kate Bush o PJ Harvey.
Rompiendo de forma casi inesperada la dinámica, sorprende la inclusión del grunge-punk de ‘Play The Greatest Hits’ y, en menor medida, de ‘Smile’. Ambas desentonan en el global más por estética que por calidad, eso sí. Es como si sintiesen la necesidad de recordarnos que bajo el vestido de noche que se han puesto para la ocasión, también esconden cicatrices, tatuajes y distorsión. Se agradece, aunque por esta vez tampoco hacía falta.
Y es que por mucho que se eche en falta un poquito más de garra, es complicado no caer rendido ante la apabullante sofisticación del baladón al piano de ‘The Last Man On The Earth’ y el brindis final que es ‘The Beach II’. Sigo pensando que no es su mejor disco, pero firmo ahora mismo que Wolf Alice nos sorprendan en el futuro con álbumes tan bellos como este.
GONZALO PUEBLA